Protegiendo tu brillo

“Te aseguro que el resentimiento destruye al necio, y los celos matan al ingenuo”. Job 5:2

Cuando tu corazón ha sido herido y no dejas que el Señor haga resplandecer el perdón y arrepentimiento, se llena de amargura. Eso que te hicieron un día y no puedes olvidar va echando raíces que terminan destruyendo tu interior. Es por eso por lo que no podemos disfrutar de la vida que nos ofrece Dios porque nos comparamos, volvemos nuestros pensamientos al pasado y quedamos atrapados incluso con los dichos de nuestra boca. Hoy, ese poco de luz que quizás lleves, será suficiente si logras decidirte a sacar la amargura de tu vida. Aquí hay algunas cosas para que apliques a tu vida y seas como reflector en la oscuridad.

Descansa en Dios.
¿Sabías que Jesús en la cruz pagó nuestras deudas? ÉL ya saldó tu deuda y por ello no necesitas cargar con lo que no te corresponde. Dice su Palabra que de Él es la venganza (Deut. 32:35), permite que Dios se encargue de lo que te aflige.

Él sana tus heridas.
Jesús nos enseña que a través de su unción le da gloria a Dios. Sana a enfermos, lleva libertad al cautivo, restaura. Él es el mismo, ayer, hoy y siempre. Por ello, nuestra confianza debe estar completamente rendida a Cristo. Él sana tus heridas (Salmos 147:3), permite que hoy lo haga en ti.

No hay quién te señale.
El sentido de culpa es por lo general más común de lo que parece, porque sentimos que podemos dar más, porque no cumplimos lo esperado, porque rompimos una promesa, porque no permitimos que las estrategias de Dios nos aborden, porque repetimos actitudes que retoman la maldad o desprecio, porque….. La lista sería infinita. Lo cierto es que mientras tengas ese sentir en tu vida, vivirás una agonía estrecha en tu corazón. Dios quiere apartar de ti la amargura (Sofonías 3:18).

Prosigue a la meta.

Seguro que recuerdas aquellos momentos en que iniciabas el aprender a montar la bicicleta o los patines. Cuántas caídas, ¿verdad? Y lo cierto es que nos quitábamos las lágrimas, limpiábamos nuestras rodillas y seguíamos. Pues también lo debemos hacer ahora. Dios nos seca las lágrimas, sana las heridas y nos enciende nuestro corazón para seguir en su propósito. Confronta lo que tengas que hacer para tu dolor y demos gracias a Dios que nos mantiene con fulgor.

Definitivamente, cuando de amargura se trata el tiempo es el peor consejero. “Esto un día pasará”, podrás expresarte, pero primero se te va la vida que dejar la amargura. ¿Quieres que tu fulgor se multiplique y sea un gran chorro de luz? Activa la luz de Cristo en ti, perdona, pasa la página y mata ese “cáncer” que quiere matarte. Dios te perdona y aleja esa amargura que no permite que la Gracia de Dios te lleve de oscuridad a su luz. Eres muy importante y tu luz, como reflejo del amor del Señor, lo es también.

 

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