Bendito sea Jehová, que oyó la voz de mis ruegos. Jehová es mi fortaleza y mi escudo; en él confió mi corazón, y fui ayudado, por lo que se gozó mi corazón, y con mi cántico le alabaré. Jehová es la fortaleza de su pueblo, y el refugio salvador de su ungido (Salmos 28: 6-8)

El rey David tenía muy claro quién era Jehová de los Ejércitos, y le hablaba siempre con ese respeto y reverencia y llamándole por Su nombre; es lo que en ocasiones podemos pasar por alto; hay personas que oran más o menos así: “Dios mío gracias por esto y aquello”, o “diosito te doy gracias por los favores recibidos”, o “Señor tú sabes cuánto te agradezco esto y esto”; bueno estas expresiones son como muy generales, y en el caso de “diosito”, caen en el irrespeto; y aunque no es nada malo que nos dirijamos a nuestro Amado Padre celestial, como Dios, o como Señor, creo que cuando personalizamos más nuestra oración, eso nos ayuda a nosotros mismos a tener bien claro a quién nos estamos refiriendo y quienes somos para Dios, cada vez que oramos y buscamos al Todopoderoso. Claro que podemos decirle, Papito Dios, Padre celestial, Padre mío, como sea tu estilo de acercarte a Él, pero lo que quiero resaltar es que siempre en nosotros debe primar el respeto, la adoración, la confianza y entrega, a nuestro Amado y Poderoso Dios, al Todopoderoso Señor; y David en esta oración, nos da un modelo, está reconociendo que Dios es su fortaleza, su escudo, su ayudador, el gozo de su corazón, y su refugio salvador. Hoy al congregarnos traigamos una alabanza llena de gratitud al Todopoderoso Señor, y unámonos para alabarlo, exaltarlo y agradecerle, tantos y tantos favores que recibimos de su mano permanentemente. Bendiciones.

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