Pero tú, Israel, siervo mío eres; tú, Jacob, a quien yo escogí, descendencia de Abraham mi amigo. Porque te tomé de los confines de la tierra, y de tierras lejanas te llamé, y te dije: Mi siervo eres tú; te escogí, y no te deseché. No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia.

La promesa sigue en firme para el Israel actual, aunque muchos no lo sienten así, pero Dios es fiel. Hoy tú y yo, tenemos también la bendición de podernos llamar pueblo del Señor, no por nuestros méritos, no porque hayamos nacido en aquella nación, sino, porque Jesucristo extendió su misericordia hacia los gentiles, por lo cual, con su muerte y resurrección, abrió el camino para que pudiésemos ser “añadidos” a Él y llamarnos sus hijos; esa es la importancia de aceptarle en el corazón como nuestro Rey, Salvador y Señor.

Nos anima a no temer a nada, ni nadie, no desmayar -por difícil que en ocasiones parezca el camino-, sino seguir porque es Él quien nos sustenta con su diestra de justicia. A propósito, querido lector, ¿tú ya hiciste la oración para recibir al Señor en tu vida?, si tu respuesta es no, y quieres hacerlo, te invito en este momento, pero hazla con fe, solamente di: Amado Dios, hoy reconozco que te necesito, te pido perdón por mis pecados, por mi incredulidad y por haber estado tanto tiempo apartado de ti; te suplico que entres a mi vida y hagas de mí la criatura que tú quieres que sea; por favor inscribe mi nombre en el Libro de la Vida, te acepto como mi Salvador, mi Rey y mi Señor, Amén. Si hiciste esta oración y quieres recibir ayuda, consejería o asesoría en algo, llámanos, estaremos atentos en qué te podemos servir. Bendiciones.

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